Historia y Fantasía. Manuel Pecellín.
'Historias de Villa Germelina’ se estructura en forma de mosaico y los relatos, independientes, se desarrollan en la misma población.
Natural de Guadalupe (1967), Nicanor Gil reside en Plasencia, donde dirige junto con Juan Ramón Santos el Aula de Literatura ‘José Antonio Gabriel y Galán’. Ha participado con éxito en algunos certámenes. Cuatro de las narraciones recogidas en este su primer libro proceden de tales concursos: ‘El milagro del vino’, ‘El milagro de Pirri’, ‘El milagro de don Cipriano’ y ‘El milagro del agua’. Lo taumatúrgico, presente en todos los títulos, no introduce necesariamente una apelación a fuerzas o elementos trascedentales, sino a situaciones que se sitúan al margen de lo cotidiano.
Para ‘Historias de la Villa Germelina’ obtuvo en 2006 Beca a la Creación Literaria otorgada por la Junta de Extremadura.
Aunque la obra se estructura en forma de mosaico, no carece de unidad. Los relatos que la conforman, si independientes entre sí, se desarrollan en la misma población, ‘Villa Germelina’, probablemente topónimo ficticio de Plasencia, cuya historia contemporánea boceta, a grandes rasgos. Especial atención reciben los acontecimientos ocurridos allí y en sus alrededores durante la guerra de 1936-39 y los años posbélicos. Curiosamente, uno de los personajes recurrentes es don Cipriano, cura del lugar, que vive todo un siglo, con más luces que sombras.
De todas las piezas aquí agavilladas, prefiero las imaginativas a las de carácter más sociológico, escritas las primeras según las directrices del realismo mágico. Villa Germelina recuerda entonces, sin desmerecerlo, al inolvidable Macondo de García Márquez.
También en aquella ciudad, asentada sobre el eje de un río casi omnipresente, lo maravilloso alterna con las realidades más prosaicas. Punto culmen de su derroche imaginativo es ese charco donde pueden resurgir incluso galeras anegadas en el océano. El ‘Tragahombres’, rebautizado como ‘Ojo del Mar’, es una perfecta alegoría de la existencia humana. Aniceto Sanromán, por su parte, uno de los protagonistas más atractivos de la obra, competiría honorablemente con el viejo Melquíades en capacidad de invención.
Afrancesados, carlistas, anarquistas, falangistas, milicianos, guardiaciviles, prostitutas, militares, maquis, mujeres humildes o exaltadas, sencillos trabajadores, personajes tremebundos e inquietos adolescentes van dibujando en estas páginas los trazos de una historia plagada de gozos (los menos) y tristezas (las más). Algunos deslices como «lo único a demandar», «el pregón matutino demandando albañiles», «imposible saber cuáles cosas», son pequeños lunares en una prosa por lo demás excelente.
Natural de Guadalupe (1967), Nicanor Gil reside en Plasencia, donde dirige junto con Juan Ramón Santos el Aula de Literatura ‘José Antonio Gabriel y Galán’. Ha participado con éxito en algunos certámenes. Cuatro de las narraciones recogidas en este su primer libro proceden de tales concursos: ‘El milagro del vino’, ‘El milagro de Pirri’, ‘El milagro de don Cipriano’ y ‘El milagro del agua’. Lo taumatúrgico, presente en todos los títulos, no introduce necesariamente una apelación a fuerzas o elementos trascedentales, sino a situaciones que se sitúan al margen de lo cotidiano.
Para ‘Historias de la Villa Germelina’ obtuvo en 2006 Beca a la Creación Literaria otorgada por la Junta de Extremadura.
Aunque la obra se estructura en forma de mosaico, no carece de unidad. Los relatos que la conforman, si independientes entre sí, se desarrollan en la misma población, ‘Villa Germelina’, probablemente topónimo ficticio de Plasencia, cuya historia contemporánea boceta, a grandes rasgos. Especial atención reciben los acontecimientos ocurridos allí y en sus alrededores durante la guerra de 1936-39 y los años posbélicos. Curiosamente, uno de los personajes recurrentes es don Cipriano, cura del lugar, que vive todo un siglo, con más luces que sombras.
De todas las piezas aquí agavilladas, prefiero las imaginativas a las de carácter más sociológico, escritas las primeras según las directrices del realismo mágico. Villa Germelina recuerda entonces, sin desmerecerlo, al inolvidable Macondo de García Márquez.
También en aquella ciudad, asentada sobre el eje de un río casi omnipresente, lo maravilloso alterna con las realidades más prosaicas. Punto culmen de su derroche imaginativo es ese charco donde pueden resurgir incluso galeras anegadas en el océano. El ‘Tragahombres’, rebautizado como ‘Ojo del Mar’, es una perfecta alegoría de la existencia humana. Aniceto Sanromán, por su parte, uno de los protagonistas más atractivos de la obra, competiría honorablemente con el viejo Melquíades en capacidad de invención.
Afrancesados, carlistas, anarquistas, falangistas, milicianos, guardiaciviles, prostitutas, militares, maquis, mujeres humildes o exaltadas, sencillos trabajadores, personajes tremebundos e inquietos adolescentes van dibujando en estas páginas los trazos de una historia plagada de gozos (los menos) y tristezas (las más). Algunos deslices como «lo único a demandar», «el pregón matutino demandando albañiles», «imposible saber cuáles cosas», son pequeños lunares en una prosa por lo demás excelente.
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